Revista Soja

Bautizar Soja a una revista cultural es bastante más que una ironía intrincada. Además de una referencia obvia al cultivo del poroto –del que estuvo exenta la mano de Dios– la tierra y la producción agrícola, el nombre es también una crítica mordaz, un cacho melancólica y feroz.

Soja es la revista de la cultura transgénica: la cultura importada, globalizada, recauchutada y reproducida hasta matarla. Es la revista de una ciudad –Buenos Aires– para todas las ciudades. Para el mundo. Es una revista atenta a todo lo que diga la cultura. Eso sí, periférica, subestándar y tilinga: anegada de tote bags, streaming y tendencias. 

Soja aparece en medio de todo lo que desaparece: hasta el núcleo social básico, dos rostros que se miran. No extraña el siglo XX. No tiene filiaciones partidarias imposibles: nuestra generación está en babia y abandonada. Se impone a rajatabla una única regla: la contemporaneidad absoluta. Y sabe, quizá, una única cosa: hace falta saber de lo que se habla. Que de gusto conocer. 

En Soja nos pudrimos de una Buenos Aires (de un mundo) aburrido, de diletantes y aficionados estéticos: basta mirar a nuestros directores, leer algunos escritores, asistir a algún desfile. O salir de noche. Nos pudren también la pose y las apariencias.

Sustancia, sustancia, sustancia: los Argentinos –en Soja– vamos finalmente hacia las cosas

En Soja decimos lo difícil, lo certero, lo verdadero sobre la literatura, el cine, la arquitectura, la moda, la vida virtual y real del humano en nuestra época. Es nuestra condena y nuestro regocijo. 

Estamos abocados al papel, lo físico y al cuerpo a cuerpo. Soja es exactamente el producto que no buscabas.

Decimos que leer cuesta y tarda, y no hay caso. Por eso permitimos, en Soja, la poesía, la fotografía y toda producción original que sea una apuesta por lo que dure.

Para que algún día mirar atrás pueda dar con una imagen más o menos exacta: Soja dijo la época, la Argentina, que fue y soñó de tal manera, y creó como nunca antes ni después.

El editor